domingo, 20 de septiembre de 2009

LA MASACRE DEL SALADO

El Salado es un corregimiento del Carmen de Bolívar, que ahora solo tiene 700 habitantes, pero en el año 2000, su población era de 7.000. La masacre ocurrida entre el 16 y el 18 de Febrero del 2.000 obligó a sus pobladores a marcharse hacía otros lugares. Hoy en día muy pocos quieren regresar y los que allí viven luchan contra la pobreza cultivando tabaco, ñame y yuca.
Al Salado se llega por una trocha destapada donde solo hay 200 metros pavimentados. No tiene agua potable, ni puesto de salud, pese a que buena parte de sus habitantes sufre trastornos psicológicos.
En febrero del 2000 cerca 400 paramilitares rodearon el pueblo, gritando que no dejarían vivo a nadie. –relata Abel Montes a la revista Cambio- "Un helicóptero disparaba desde el aire mientras un negro grandote llegó a la casa de un anciano que había construido 25 años atrás y le ordenó ir a la cancha de baloncesto donde los 'paras' estaban reuniendo a todo el pueblo.
A los niños los apartaban a un lado y a las mujeres del otro, los hombres quedaban en el medio. En las escaleras de la iglesia, los viejos.
"Era el infierno, el sol quemaba como nunca, nos estábamos muriendo de sed y ellos, los 'paracos', a la sombra, desde una casa, iban diciendo 'este muere, este no"... -continúa Abel-. Eran como las dos de la tarde cuando empezaron a hacer un sorteo, mataban al que le cayera el número 28. Así mataron a varios. Mientras tanto, todos los demás calladitos, viendo matar, torturar, cortar orejas, cabezas..." Fueron asesinadas 28 personas ese día. "Por guerrilleros", dijeron. "Al final del día ya no había sed, lo que dolía era el alma", afirma Abel. La masacre siguió durante varios días. Un olor fétido se apoderó del pueblo, los cadáveres estaban en proceso de descomposición. Los sobrevivientes improvisaron ataúdes con puertas y madera de las casas pero no hubo para todos los muertos. La mayoría fueron enterrados en una fosa común.
Eusebia Castro, de 43 años, madre de tres niños, sobrevivió a la masacre porque se escondió detrás de un árbol y solo la encontraron a eso de las cuatro de la tarde. "Yo casi ni respiraba porque temía que me escucharan, pero me delató una chancla que se veía al lado del árbol -cuenta-. Me llevaron para la cancha y allí un paramilitar me dijo, 'Vas a morir como el resto", y luego gritó: '¡No se escondan guerrilleras!'. Pregunté por qué, yo no había hecho nada. Me explicaron que traían una gente especial, desertores de las Farc, que señalaban quién era y quién no era guerrillero".
La condujeron a la cancha y la hicieron parar junto a la iglesia. Allí otras mujeres temblaban como ella. Muy cerca, el cadáver de Judith Arrieta estaba amarrado a un árbol. La habían degollado. A Nayibe Osorio la arrastraron del pelo por todo el pueblo hasta que murió. La acusaron de ser la mujer de un guerrillero. Y a Francisca Cabrera la molieron a golpes y luego la asesinaron de un disparo. "Por guerrillera", repitieron.
El resto de mujeres, aterrorizadas, se miraban unas a otras preguntándose en silencio quién sería la próxima. Los verdugos les asignaron los números de unas balotas que echaban en una bolsa para luego hacer el sorteo de la persona que iba a ser asesinada. "Luego unos hombres nos miraban y decían 'esta sí, esta no' -relata Eusebia-. Cuando me miraron a mí sonó un teléfono, como que dieron la orden de no seguir matando
La escena era dantesca. Muertos aquí y allá, llanto, gemidos contenidos, terror a flor de piel, agazapado. Al final de la tarde, los paramilitares mandaron a los que habían dejado vivos para la casa de Luis Ortega y les ordenaron permanecer allí hasta nueva orden. "Al día siguiente, como a las 11, escuchamos una sirena, pensamos que era la Cruz Roja -cuenta Eusebia-. Fuimos a la cancha, los animales se estaban comiendo a los muertos, pedimos que nos dejaran enterrarlos. Al ratico llegó el Ejército preguntando por los paramilitares. ¿No saben ustedes que eran los que andaban con ellos?, les pregunté, y contestaron: 'Nosotros solo llegamos hasta ahora'. ¿Demasiado tarde, no?, les repliqué".
En la actualidad, sin poder borrar los recuerdos de lo ocurrido, Eusebia y demás sobrevivientes piden justicia y reza para que nunca mas ocurra algo igual.