lunes, 30 de abril de 2012
EL DIA EN QUE ME “COLÉ” EN
EL CUMPLEAÑOS DE BATEMAN
Raúl Mestre
Pese a lo riesgoso y peligroso que resultaba asistir al cumpleaños de Jaime Bateman, el hombre mas buscado de Colombia, aquel viernes 23 de abril de 1984, cuando Alfonso jaquim, llegó a la Universidad Libre, en un viejo “Dodge Dar”, para llevar “a los invitados de Barranquilla”, me olvidé de todas mis prevenciones, y me fui para Santa Marta. “Yo voy” Dije. Y no me arrepiento, porque en cada sitio del camino, Alfonso cantaba y criticaba la imprevisión de los políticos al hacer esa carretera que separó las aguas dulces de las saladas lo cual provocó el desastre ecológico de la isla salamanca.
Después de pasar el estrecho puente que separa el mar y la Ciénaga Grande, descubrí que el flaco alto que iba al lado de Jaquim, era Bateman, lo reconocí cuando ordenó una parada para desayunar con mojarras fritas y tajadas de plátano en una de las fondas de la carretera.
Cuando íbamos llegando a Santa Marta, Bateman no pudo resistir la tentación de volver a su tierra cómo había vuelto tantas veces en su juventud, y le quitó el volante a Jaquim y siguió manejando hasta que llegamos a la bahía mas linda de América.
Días antes, Bateman, había visto la película "Volver a empezar", que ese año obtuvo el Oscar de la mejor película extranjera, y que cuenta la historia de un hombre que vuelve, ya maduro y famoso, a su pueblo natal de Oviedo. Aquella mañana Bateman tuvo de pronto la revelación --y así lo dijo a sus compañeros- de estar protagonizando una versión viva de aquella película.
Pese a que en ese momento era el hombre mas buscado de Colombia, no hizo nada por ocultarse ni por disimular su identidad. Visitó en Santa Marta todos los lugares que habían dejado algún rastro en su memoria, y tal vez lo único que no volvió a hacer como lo hizo en su juventud fue jugar fútbol con bolas de trapo en la playa. Se vio varias veces con su madre, pero nunca en la casa de ella, y le pidió noticias de los amigos más remotos y de varias novias olvidadas.
Jaime recordaba a sus condiscípulos del Liceo Celedón, donde no pudo terminar el bachillerato por su conducta revoltosa. Todos, hasta donde fue posible, recibieron una invitación verbal para la fiesta de su cumpleaños. ¿Cómo no fue descubierto en una ciudad donde todo el mundo se conoce? Se preguntaba en aquella ocasión un amigo y alguien le respondió “Una razón, es que Bateman es muy popular en su tierra, y no había nadie que quisiera denunciarlo y la otra razón es más divertida. Uno de los varios hermanos de Bateman se parecía a él como si fuera su gemelo, y al igual que Jaime era un “mamador de gallo”. De manera que desde que aparecieron en la prensa las primeras fotografías del comandante clandestino del M-19, el hermano hizo todo lo posible por aumentar el parecido: un peinado afro, un escuálido bigote de lampiño, una camisa azul, unas botas de monte. Durante un tiempo se burló de los policías y sembró el desconcierto en los lugares públicos de Santa Marta. Se divirtió tanto hasta que todo el mundo se acostumbró a la suplantación. Pero cuando el que apareció fue el verdadero Jaime Bateman, muchos que lo vieron en los mismos sitios de siempre pensaron que no era él, sino el otro, que había resuelto seguir mamando gallo con una gorra de lobo de mar. En todo caso, ni el detective más perspicaz se hubiera atrevido a creer que el Bateman real fuera capaz de andar por la calle con su propia cara. Otra razón era su buena suerte y tal vez sino hubiera sido por ello Bateman no hubiera podido pasar por tantos filtros, no sólo por su estatura inconfundible y porque ya había sido visto muchas veces en la televisión, sino porque tenía una seña de identidad más reveladora que las mismas huellas digitales: su pierna derecha. A los 8 años de edad, atravesando una calle en Barranquilla, Bateman fue atropellado por un camión. La pierna le fue enyesada sobre la herida y con el hueso astillado, y aquella chapucería le causó una gangrena cuyos estragos no sanaron jamás. Fueron inútiles incontables tratamientos y varios injertos de hueso. Su tibia sin carne estaba apenas cubierta por una piel tensa y apergaminada que volvía a ulcerarse al menor tropiezo. Era una marca imborrable que todos los servicios secretos conocían, y siempre que encontraban a alguien que pudiera ser Bateman le levantaban la bota del pantalón para ver el estado de su pierna. En la única ocasión en que era él en realidad, tuvo la suerte inconcebible de que el soldado le levantó la bota de la pierna sana, y lo dejó seguir.
Bueno, continuando con el cumpleaños, no creo que se pueda concebir una fiesta más rara. Bateman, alquiló una casa en una playa cercana a Santa Marta, cuyo acceso en automóvil era posible, pero difícil y como abril es tiempo de mangos, que era su fruta favorita, no sólo se hizo llevar varios sacos para él y sus invitados, sino que algunos de ellos le llevaron otros sacos de mango de regalo. Las rígidas normas de seguridad enrarecieron mucho más la fiesta. Por lo menos cien invitados estuvieron en ella a lo largo del día, pero nunca hubo más de 10 al mismo tiempo. Un bote iba y otro venía para evitar aglomeraciones en la fiesta. De todos modos, cerca de la casa había dos lanchas rápidas, dos automóviles, y toda una columna guerrillera de seguridad que hubiera podido enfrentarse a cualquier ataque sorpresivo. Bateman era un hombre de parranda, pero a su modo. Bailaba bien la salsa, y le gustaba hacerlo, pero era un bebedor moderado. Como buen caribe, era tímido y triste, pero disimulaba esa doble condición con su simpatía natural explosiva. Su comportamiento de cumpleaños fue lo menos convencional que pueda imaginarse. Recibía a sus invitados en pantalón de baño, brindaba con ellos, conversaba entre grandes carcajadas, bailaba y comía mangos.
Hasta ese momento, Bateman no pensaba ir a Panamá. Pero de pronto Bateman recibió un mensaje intempestivo de Panamá, según el cual lo esperaban allí para entrevistarse con el presidente Betancourt. De modo que en menos de 24 horas cambió todos sus planes y decidió el viaje imprevisto que lo condujo a la muerte. Durante su semana en Santa Marta, Bateman se había visto varias veces con un viejo amigo: el político conservador Antonio Escobar Bravo a quien había conocido muy joven. Muy pocos sabían entonces que Escobar era un piloto con la experiencia necesaria para andar por cualquier parte del país en su avioneta monomotor. En todo caso, Bateman le tenía confianza. De modo que cuando se planteó en Santa Marta la urgencia de viajar a Panamá lo llamó a la playa donde vivía, y se pusieron de acuerdo para irse al día siguiente. Bateman, ocupó el asiento en que viajaba siempre: el del copiloto. Había viajado tanto allí, que estaba seguro de poder improvisar un aterrizaje de emergencia. Viajaba tranquilo, con su buen humor de siempre, pero había declarado alguna vez que era capaz de todo en la vida menos de lanzarse en paracaídas. Su único equipaje era un maletín de mano con una muda de ropa, dos mil dólares en efectivo, un cassette con las canciones de Celina y Reutilio, y la edición en español de "Doña Flor y sus dos maridos", del brasilero George Amado, que había querido leer después de ver la película. Cuando la avioneta partió del viejo aeropuerto de Ciénaga el cielo era diáfano y sin una sola nube, como para un viaje feliz, sin embargo, no fue así. La avioneta se estrelló y Jaime Bateman murió un 30 de abril de 1984