lunes, 23 de julio de 2012


¡EL MILAGRO FUE  SOBREVIVIR
COMIENDO LA  CARNE HUMANA!
Esperaban la muerte  en un inmenso frigorífico
Raúl Mestre
Sobre aquel   accidente del vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya   que el 13 de Octubre de 1972 se estrelló en la cordillera de los Andes,  se han escrito libros, se han filmado  películas, se han hecho reportajes, crónicas, en fin,  se han dicho tantas cosas que a estas alturas pareciera que  ya no hay nada que decir. 
Sin embargo, en estos días alguien me abordó en la calle y a manera de reproche  me preguntó: ¿Oye por qué nunca has escrito nada sobre  aquel accidente donde los sobrevivientes tuvieron que comerse los unos a los otros? ¡Ah, tu me hablas del avión  “Fairchild” que  partió del aeropuerto de Carrasco el 12 de octubre de 1972  transportando al equipo de rugby de Montevideo, que iba  a jugar en  Santiago de Chile?
Lo primero que hay que recordar es que el   mal tiempo  obligó a los tripulantes de la nave a  detenerse en MendozaArgentina, pero al día siguiente es decir el 13 de Octubre cuando amainaron  las condiciones de tormenta el vuelo continuó con destino a Santiago de Chile  sin embargo a las 15:08 la alarma de colisión dentro de la cabina se activó. La aeronave golpeó  un risco del pico a 4200 msnm, o sea, cuatro mil metros sobre el nivel del mar) Al desprenderse la cola salieron al menos dos filas de asientos y al impactar contra la montaña, murieron instantáneamente cinco personas. Para el resto, el golpe fue amortiguado. Increíblemente, algunos pasajeros resultaron ilesos o con tan sólo heridas leves. De inmediato, Marcelo Pérez, el capitán del equipo de rugby, organizó a los ilesos para ayudar a liberar a los que seguían atrapados y a los heridos, despejando el fuselaje para prepararse para la noche.
Uno de los sobrevivientes salió por atrás del fuselaje y a tientas entre la nieve y el fuselaje se acercó al piloto quien agonizante  empezó a decir: «Anota, estamos en Curicó, anota...». Entonces, Lagurara le pidió tomar el revólver de la cabina y que le disparara, cosa que no ocurrió.
El piloto Julio Ferradas murió y Lagurara tras agonizar toda la noche, murió al amanecer del día siguiente. Los 27 restantes tuvieron que enfrentarse a duras condiciones ambientales de supervivencia en las montañas congeladas (algo parecido a encontrase dentro de un inmenso frigorífico) dormían con un par de pantalones, tres o cuatro suéteres, tres pares de calcetines, y algunos se tapaban la cabeza con una camisa para conservar el aliento. Para evitar la hipotermia, en las noches más frías, se daban masajes para reactivar la circulación e intentaban mantener la temperatura corporal en contacto entre sí. Algunos preferían dormir descalzos para evitar pegar a alguien con sus zapatos.
En el undécimo día en la montaña los supervivientes escucharon por una radio de pilas,  que se había abandonado la búsqueda. La noche del 29 de octubre, a 16 días ya de la caída, una nueva tragedia se cernió sobre el resto del avión y los muchachos, en la noche a eso de las 23:00 un alud se deslizó y sepultó los restos del Fairchild FH-227D, ingresando por el boquete de la parte posterior, arrasando el muro provisional y sepultando a quienes dormían en su interior, salvo a un joven, Roy Harley, quien  comenzó a cavar en busca de los que yacían bajo la nieve. Pese a los desesperados intentos de rescate por sus compañeros, ocho personas murieron asfixiadas bajo la nieve, incluyendo al capitán del equipo Marcelo Pérez.
Los supervivientes disponían apenas de algunos alimentos. En el lugar donde se habían estrellado no había vegetación ni animales de los que pudieran alimentarse, el terreno era suelo desnudo de nieves perpetuas. El grupo pudo sobrevivir durante 72 días y no morir por inanición gracias a la decisión grupal de alimentarse de la carne de sus compañeros muertos. No fue una decisión fácil de tomar, y en un principio algunos rechazaron hacerlo, si bien pronto se demostró que era la única esperanza de sobrevivir, muchas consideraciones pasaron por el tema religioso católico. Pronto se impuso la regla (o exigencia), de no utilizar como alimento a ningún familiar cercano, ni tampoco a algún fallecido de sexo femenino.
Para comienzos de diciembre de 1972, el deshielo dejó al descubierto el fuselaje nuevamente y los sobrevivientes pudieron disfrutar de días soleados, bañados con los cálidos rayos del sol. Los supervivientes finalmente vieron que su única esperanza consistía en ir a buscar ayuda. El 12 de diciembre de 1972Nando ParradoRoberto Canessa  y Antonio Vizintini parten en busca de ayuda.
Al creer en todo momento que se encontraban ya en territorio chileno, es decir, en el lado occidental de la cordillera andina, tomaron la errada decisión de caminar rumbo al poniente, teniendo que encarar el cruce del encadenamiento principal de los Andes sin medios, preparación, ni fuerzas adecuadas. La gran altitud del cerro y la ubicación errónea facilitada por el miembro de la tripulación moribundo en la cabina, les desorientó completamente.
El tercer día de marcha, Antonio resbala y se crea una lesión, por lo que deciden enviarlo de vuelta. También le pidieron dejar su ración de carne, ya que el trayecto sería más largo de lo calculado. Diez días después ven en la otra orilla a un arriero chileno que los observa. Nando intenta comunicarse con el pero el fragor del rio no lo permite, entonces el arriero ata hojas de papel y un lápiz a una piedra y la lanza sobre el rio, Nando a duras penas, por su debilidad, logra hacerle llegar un mensaje escrito donde dicen ser sobrevivientes de un avión siniestrado, el mensaje decía:“Vengo de un avión que cayó en las montañas. “Soy uruguayo. Hace 10 días que estamos caminando. Tengo un amigo herido arriba. En el avión quedan 14 personas heridas. Tenemos que salir rápido de aquí y no sabemos cómo. No tenemos comida. Estamos débiles. ¿Cuándo nos van a buscar arriba? Por favor, no podemos ni caminar. ¿Dónde estamos?”
El arriero quien resultó ser Sergio Catalán, entiende el mensaje, les lanza un poco de pan y se dirige a  “Carabineros de Chile  y da la noticia. Luego de ello, una patrulla de Carabineros se dirige a los pilotos chilenos Carlos García, Jorge Massa y Mario Ávila quienes aquel  22 de diciembre recibieron incrédulos la noticia de que habían aparecido sobrevivientes del avión uruguayo extraviado hace más de dos meses en la cordillera. Carlos García, solicitó tres helicópteros   e inmediatamente se trasladaron para organizar  el rescate. Una vez en el lugar, los rescatistas interrogaron a Parrado y a Canessa, (a este señor lo conocí aquí en Barranquilla donde vino a dictar una conferencia hace algunos años) los pilotos chilenos comprendieron que el rescate iba a ser muy difícil debido a la pendiente del terreno.
Los 14 sobrevivientes saltaban jubilosos y gritaban de alegría. A pesar de las dudas iníciales, los sobrevivientes reconocen y justifican que han debido recurrir a la antropofagia para poder sobrevivir. En un principio lo negaron, pero el hecho quedo al descubierto cuando los diarios publicaron fotografías de restos humanos cerca del fuselaje. Los supervivientes se vieron  entonces obligados a dar una conferencia  para hablar del asunto y agradecieron  la comprensión de familiares de los fallecidos y dijeron “Nos quieren como hijos”