¡EL MILAGRO
FUE SOBREVIVIR
COMIENDO
LA CARNE HUMANA!
Esperaban la muerte en un inmenso
frigorífico
Raúl Mestre
Sobre aquel accidente del vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya que el 13 de Octubre de 1972 se estrelló en la
cordillera de los Andes, se han escrito
libros, se han filmado películas, se han
hecho reportajes, crónicas, en fin, se
han dicho tantas cosas que a estas alturas pareciera que ya no hay nada que decir.
Sin embargo, en estos días alguien me abordó en la calle y a manera de
reproche me preguntó: ¿Oye por qué nunca
has escrito nada sobre aquel accidente
donde los sobrevivientes tuvieron que comerse los unos a los otros? ¡Ah, tu me
hablas del avión “Fairchild” que
partió del aeropuerto de Carrasco el 12 de octubre de 1972
transportando al equipo de rugby de Montevideo, que iba a jugar en Santiago de Chile?
Lo primero que hay que recordar es que el mal
tiempo obligó a los tripulantes de la
nave a detenerse en Mendoza, Argentina, pero al día siguiente es decir el 13
de Octubre cuando amainaron las
condiciones de tormenta el vuelo continuó con destino a Santiago de Chile sin embargo a las 15:08 la alarma de colisión
dentro de la cabina se activó. La aeronave golpeó un risco del pico a 4200 msnm, o sea, cuatro mil metros sobre el nivel del mar) Al desprenderse la
cola salieron al menos dos filas de asientos y al impactar contra la montaña,
murieron instantáneamente cinco personas. Para el resto, el golpe fue
amortiguado. Increíblemente, algunos pasajeros resultaron ilesos o con tan sólo
heridas leves. De inmediato, Marcelo Pérez, el capitán del equipo de rugby, organizó a los ilesos para ayudar a liberar a los que seguían
atrapados y a los heridos, despejando el fuselaje para prepararse para la
noche.
Uno de los sobrevivientes salió por atrás del fuselaje y a tientas entre
la nieve y el fuselaje se acercó al piloto quien agonizante empezó a decir: «Anota, estamos en Curicó,
anota...». Entonces, Lagurara le pidió tomar el revólver de la cabina y que le disparara,
cosa que no ocurrió.
El piloto Julio Ferradas murió y Lagurara tras agonizar toda la noche, murió
al amanecer del día siguiente. Los 27 restantes tuvieron que enfrentarse a
duras condiciones ambientales de supervivencia en las montañas congeladas (algo
parecido a encontrase dentro de un inmenso frigorífico) dormían con un par de
pantalones, tres o cuatro suéteres, tres pares de calcetines, y algunos se
tapaban la cabeza con una camisa para conservar el aliento. Para evitar
la hipotermia, en las noches más frías, se daban masajes para reactivar la
circulación e intentaban mantener la temperatura corporal en contacto entre sí.
Algunos preferían dormir descalzos para evitar pegar a alguien con sus zapatos.
En el undécimo día en la montaña los supervivientes escucharon por
una radio de pilas, que se había
abandonado la búsqueda. La noche del 29 de octubre, a 16 días ya de la caída, una nueva
tragedia se cernió sobre el resto del avión y los muchachos, en la noche a eso
de las 23:00 un alud se deslizó y sepultó los restos del Fairchild FH-227D,
ingresando por el boquete de la parte posterior, arrasando el muro provisional
y sepultando a quienes dormían en su interior, salvo a un joven, Roy Harley,
quien comenzó a cavar en busca de los
que yacían bajo la nieve. Pese a los desesperados intentos de rescate por sus
compañeros, ocho personas murieron asfixiadas bajo la nieve, incluyendo al
capitán del equipo Marcelo Pérez.
Los supervivientes disponían apenas de algunos alimentos. En el lugar
donde se habían estrellado no había vegetación ni animales de los que pudieran
alimentarse, el terreno era suelo desnudo de nieves perpetuas. El grupo pudo
sobrevivir durante 72 días y no morir por inanición gracias a la decisión grupal de
alimentarse de la carne de sus compañeros muertos. No fue una decisión fácil de tomar, y
en un principio algunos rechazaron hacerlo, si bien pronto se demostró que era
la única esperanza de sobrevivir, muchas consideraciones pasaron por el tema
religioso católico. Pronto se impuso la regla (o exigencia), de no utilizar como alimento
a ningún familiar cercano, ni tampoco a algún fallecido de sexo femenino.
Para comienzos de diciembre de 1972, el deshielo dejó al descubierto el
fuselaje nuevamente y los sobrevivientes pudieron disfrutar de días soleados,
bañados con los cálidos rayos del sol. Los supervivientes finalmente vieron que
su única esperanza consistía en ir a buscar ayuda. El 12 de diciembre de 1972, Nando Parrado, Roberto Canessa y Antonio Vizintini parten en busca de ayuda.
Al creer en todo momento que se encontraban ya en territorio chileno, es
decir, en el lado occidental de la cordillera andina, tomaron la errada
decisión de caminar rumbo al poniente, teniendo que encarar el cruce del
encadenamiento principal de los Andes sin medios, preparación, ni fuerzas
adecuadas. La gran altitud del cerro y la ubicación errónea facilitada por el
miembro de la tripulación moribundo en la cabina, les desorientó completamente.
El tercer día de marcha, Antonio resbala y se crea una lesión, por lo
que deciden enviarlo de vuelta. También le pidieron dejar su ración de carne,
ya que el trayecto sería más largo de lo calculado. Diez días después ven en la
otra orilla a un arriero chileno que los observa. Nando intenta
comunicarse con el pero el fragor del rio no lo permite, entonces el arriero
ata hojas de papel y un lápiz a una piedra y la lanza sobre el rio, Nando a
duras penas, por su debilidad, logra hacerle llegar un mensaje escrito donde
dicen ser sobrevivientes de un avión siniestrado, el mensaje decía:“Vengo de
un avión que cayó en las montañas. “Soy uruguayo. Hace 10 días que estamos
caminando. Tengo un amigo herido arriba. En el avión quedan 14 personas
heridas. Tenemos que salir rápido de aquí y no sabemos cómo. No tenemos comida.
Estamos débiles. ¿Cuándo nos van a buscar arriba? Por favor, no podemos ni
caminar. ¿Dónde estamos?”
El arriero quien resultó ser Sergio Catalán, entiende el mensaje, les
lanza un poco de pan y se dirige a “Carabineros de Chile” y da la noticia. Luego de ello, una patrulla de Carabineros se
dirige a los pilotos chilenos Carlos García, Jorge Massa y Mario Ávila quienes
aquel 22 de diciembre recibieron incrédulos
la noticia de que habían aparecido sobrevivientes del avión uruguayo extraviado
hace más de dos meses en la cordillera. Carlos García, solicitó tres
helicópteros e inmediatamente se trasladaron para organizar el rescate. Una vez en el lugar, los rescatistas
interrogaron a Parrado y a Canessa, (a este señor lo conocí aquí en
Barranquilla donde vino a dictar una conferencia hace algunos años) los pilotos
chilenos comprendieron que el rescate iba a ser muy difícil debido a la pendiente
del terreno.
Los 14 sobrevivientes saltaban jubilosos y gritaban de alegría. A pesar
de las dudas iníciales, los sobrevivientes reconocen y justifican que han
debido recurrir a la antropofagia para poder sobrevivir. En un principio lo
negaron, pero el hecho quedo al descubierto cuando los diarios publicaron
fotografías de restos humanos cerca del fuselaje. Los supervivientes se vieron entonces obligados a dar una conferencia para hablar del asunto y agradecieron la comprensión de familiares de los fallecidos
y dijeron “Nos quieren como hijos”