-¿Por qué será que nosotras nunca hablamos de aquello?.
-Es que de aquello no se habla mija, fuimos criadas en una época donde la gente decente no hablaba de aquello.
-Muy cierto. A nosotras nos educaron sin mencionar nunca las partes íntimas. Me acuerdo la “garrotera” que me pegó mi mamá porque una vez dije en el desayuno: “Mamá, me salió un pelo en la arepa”. -Menos mal que le dijiste que en la arepa y no en la panocha. -Y me acuerdo cuando me vino la primera menstruación. ¡Santo Cielo! Qué susto!. Cuando me vi esa mancha roja en la pantaleta pensé que me habían echado una brujería. Y me quedé calladita encerrada en un cuarto durante tres días.-Yo también recuerdo, cuando me vino por primera vez la regla. Casi me muero del miedo. Pegué una carrera y me forré con una sabana.
-Y lo peor era que en ese entonces no existían las toallas higiénicas y mejor ni hablemos de eso. -Es que prácticamente uno recibía la educación sexual de las primas, que eran más veteranas que uno. Por ejemplo, una prima me explicó cómo saber si una mujer ya no era señorita. -¿Qué te dijo?
-Me dijo que eso se sabía en la “cañita” de la mano, en los dos tendones que están en la palma: si estaban muy abiertos, era que ya una no era virgen, es decir , se la habían pasado por el papayo. -Muy cierto. Yo me acuerdo de un baile al que me dejaron ir porque iba con una tía y el esposo. En un descuido de mi tía, el marido me sacó a bailar. Y aprovechando la oscuridad, porque estábamos en el campo y la luz era con un “foco de mano” y ese viejo empezó a macizame y a decime que yo estaba muy bonita. -¡¿Qué hiciste?!
-No, pues, me hizo bailar tres piezas seguidas, apretándome y diciéndome que qué rico “perdernos” los dos solitos por el monte para hacer “cositas”. Hasta que me le planté y le dije: Yo sigo bailando con usted, pero si se pasa “la linterna” pal bolsillo de atrás. -¿Y te acuerdas del primer beso? -Nunca se me olvida: fue como a los dos meses de casados. Yo me asusté muchísimo, porque el tipo se me vino encima y cuando abrió la boca, pensé que me iba a morder. ¡Que susto!
-Es que nosotras éramos muy bobas y llegábamos al matrimonio, es decir , al acto, sin saber nada de la vida. -No me recuerdes mi noche de bodas. ¡Qué desastre! Como era pecado que lo vieran a uno “encuera”. Yo no dejé que mi marido prendiera la luz y el pobre en la oscuridad se dio un golpe en la baranda de la cama y por el dolor y la rabia no se le paró la ... ¿Cómo te dijera?.
¿-La herramienta?.
-Eso, la herramienta y no pudimos hacer aquello. -¿O sea que tuvieron que aplazar aquello? -Si mija, hasta que le quitaron el yeso y ahí sí pudimos consumar.
-¿Y qué sentiste?
-Nada del otro mundo. Se me montó encima y empezó a pujar como un asmático y al ratito aceleró y hacía morisquetas y ya.
-¿Y cómo lo vistes en la oscuridad?
-Yo siempre tengo una veladora prendida a San Antonio en la mesa de noche. Entonces vi que enseguida se levantó y se fue. -¿Quién?
-Pues mi marido. Se paró y prendió un cigarrillo y salió.
-¿No te dio ni las gracias? -Me dijo: “Dios le pague, mija”. Y yo le contesté: Amén. ¿Y tú qué sentiste la primera vez?
-Lo que te diga es mentira. Yo me había tomado una pastilla para los nervios y eso me embotó la cabeza y medio sentí cuando se montó y resopló y al momentito se bajó, prendió el foco y se sentó en la cama a leer LA LIBERTAD. Yo me quedé recostada mirando pal techo y me y me levanté porque me acordé que había dejado una olla de agua en la estufa. -¿Entonces tú toda la vida hiciste aquello con la luz apagada?
-Sí. Por recato.
-Oye, ¿y tú también has hecho siempre aquello, tú debajo y tu marido arriba?
-Siempre. Hasta una vez, como a los diez años de casada, que una amiga me dijo que uno se podía montar arriba. Entonces le dije a mi marido, acuéstese un momentito mijo, para probar una cosa, y me le monté encima. ¡Virgen del Carmen! El hombre se paró como un resorte y me dijo: ¿Que es eso? Parece una vagamunda. Respete! Y ni mas!