lunes, 30 de agosto de 2010

LOS PARAMILITARES

¡A CRIMENES DE LOS “PARAS”,

AGREGARON “SAL Y PIMIENTA”!

*¿Realidad? ¿Fantasía? ¿Verdad o Mentira?

Raúl Mestre

Cuando los “paras” estaban en su “apogeo”, matando gente “a dos manos”, en la cuadra de mí casa inventaron que Ramón, un tío que “no mataba ni una mosca” dizque no dormía esperando que hubiese un muerto para salir corriendo a “echar cuentos en los “velorios”.

“Eso fue terrible, recuerda hoy mi tía Fela, quejándose que “con tantos “narcos” y “Paras” caminando por la calle, “sueltos de madrina” estaban "Medellinizando" a Barranquilla.”

En su vieja casa del sector amurallado de Cartagena, Fela, vive como “sobreviviente” de una generación en vías de extinción, recordando que “Ramón no fue “ni sal ni agua” y mientras me brinda un café, agrega: “Es que con el cuento de “Los Paras”, inventaron muchas vainas: “A Ramón, solo le gustaba hacer reír a la gente. Eso era lo único que le gustaba en la vida. Por eso cuando se presentaba en una reunión, todo el mundo le hacía “rueda”.

Y la verdad es que en los velorios uno se divertía mucho, me dice riendo, porque en aquellas “vigilias” la gente amanecía comiendo y tomando ron, en pocillos de tinto, mientras contaban las anécdotas del difunto”.

“No como hoy en día, -agrega- que los velorios ya no los hacen en las casas, sino en las funerarias, como “la Lorduy”, en Cartagena y los “Jardines del Recuerdo” en Barranquilla, donde, entre otras cosas, la gente no puede llorar duro, ni arrastrarse de dolor, ni hacer “bochinches”, porque el administrador tienen “orden expresa” de sacar a los llorones”. ¡Vea usted!

En estas casas de velación modernas, con aire acondicionado y cafetería, la gente tiene que comportarse bien. Ahí no pueden llegar las viejas, dándose contra la pared y pegando gritos con las chancletas en la mano, porque eso dizque es “corroncherìa”

En las “salas de velación” de hoy, todo es distinto, mas sofisticado, ahí vemos a las viudas, elegantemente vestidas de negro, con sus piernas cruzadas, con su buen perfume, sus gafas oscuras, sus labios bien pintados y con el dedo “parado” ordenando: “Un té con poca azúcar… ¡Por favor!”

Y los hijos del muerto, ya no son aquellos “corronchones” que lloriqueaban por la mitad de la calle, con una botella de ron en la mano, sino que ahora son muchachos “Jay lay” que hablan de la muerte del viejo, en la puerta de la funeraria, jugando con las llaves del carro en la mano, abrazando a los amigos que llegan “cagados de la risa” para saber cómo fue que se “tostó” el Cucho? Y luego siguen hablando: “de lo “bacano” que está cantando Shakira, mi llave”.

Además, dice Fela, llevándose las manos a la frente, como para recordar mejor, que Ramón fue un hombre muy noble que sufrió mucho con todo lo que tuvo que ver en “Los Montes de María” y jamás se alegró con la muerte de nadie. “Ni siquiera se alegró con la muerte de “Conchita”, una prima “lengüilarga” quien toda la vida se la pasó diciendo: “Es mejor ser guerrillero que paramilitar” Y remplazó un cuadro de “la ultima cena” que le regaló Rafael, su hermano, el día de su cumpleaños, por una foto de “Tirofijo” que le trajo Piedad de Venezuela”.

Lo que si es muy cierto, es que a Ramón, le encantaba salir por la tarde a recorrer las calles; mirando, con fingida tristeza, los carteles que unos hombres ponían en los postes de la luz, invitando al sepelio de un vecino que los “paras” le dieron “piso” por “sapo”.

Pero Ramón, no lo hacia por malo, solo quería saber donde vivía el muerto, para llegar “puntualito” a la hora en que iban a sacar el cajón, y ver ese espectáculo de las mujeres dándose “trompadas” con los hombres, para que no sacaran al muerto de su casa y, Ramón, se cruzaba de brazos y preguntaba: ¿Entonces qué piensan hacer con el muerto?.¿Se lo van a comer?

En la noche, cuando el dolor de los deudos, había “amainado” y la gente estaba calmada, Ramón, se presentaba al velorio, bien vestidito, con cara de afligido, a darle el pésame a todo aquel que lo miraba.

Recuerdo que llegaba y se sentaba, quietecito, al lado del ataúd y allí permanecía por largo rato, en silencio, con el rostro “desconsolado” esperando que la viuda se “descuidara” para levantarse con disimulo, caminando rapidito hasta el patio; donde estaba el tumulto, y formar su “recocha”.

Muchos de los allí presentes apenas lo veían llegar, reían porque sabían que “Ese man, es una nota” y enseguida empezaban a hacerle peticiones en voz alta: “Refiere el cuento “del guerrillero que sufría de los ovarios”, o el de la señora que tenía “dos próstatas”. O el cuento de la vieja que tenia la nariz como un pene”, en fin, le recordaban sus mejores “hueseras”.

Cuando en el barrio no había muertos, Ramón , se la pasaba de malhumor, quejándose de un dolor en las articulaciones, decía que le ardía la garganta, que tenía diarrea, en fin, dolor de cabeza, que le faltaba la respiración, pero cuando se enteraba que alguien había “estirado la pata”, enseguida se iba corriendo pa el velorio, y se le olvidaba de todos sus problemas. Le brillaban los ojos, se le avivaba la voz, mejor dicho, se sentía “súper bien”, “adiós achaques”, era “la estrella de la noche”, el blanco de todas las miradas.


La última vez que vi a Ramón, echando cuentos en un velorio, fue en una de esas mansiones del barrio “Los Nogales”, donde velaban a un “Para” que murió de “pena moral” porque la mujer le pegó “cacho” y alrededor de su ataúd, había una rueda de mujeres vestidas de negro, rezando por su alma.

Las viejas decían “Dale, Señor, el Descanso Eterno, y las otras le respondían: “que brille para él la Luz Perpetua”, mientras la viuda, sentada en el centro de la sala, acompañada por dos mujeres que la consolaban, echándole “menticol” en las sienes, intentaba inútilmente de incorporarse.

Sin embargo, hubo un momento en que las mujeres que le “abanicaban el pecho con un periódico viejo”, se descuidaron y la viuda se “Safò” y salió corriendo hasta donde estaba el muerto, se asomó por la ventanilla del ataúd, estremeció el cadáver y gritó: ¿Por qué le escrituraste la finca a tu querida? ¿Tus no sabias que ella te pegaba cacho?

Ese día, recuerdo, como si fuera hoy, la viuda se “marió” porque los hombres que habían ido al velorio, en vez de rezarle a la memoria del difunto, reían a carcajadas en el patio, donde Ramón, feliz de la vida, torcía la boca, se ponía bizco, caminaba renqueando, se tiraba al piso, se alborotaba el pelo, sacaba una peinilla, mejor dicho, hacía como toro y embestía con unos cachos, y aplaudía se arrodillaba, hasta que la viuda “desesperada con el espectáculo” gritó: “Bueno, pero, ¿ Cuál es la falta de respeto? Y, Ramón con cara de ofendido, respondió: “Irrespetuosa es usted, que es una viuda cachona”