Raúl Mestre
En 1980 yo era un estudiante de derecho en la Universidad Libre era tan pobre que no tenía ni un cinturón para sujetarme los pantalones, y me veía obligado sostenerlos haciendo un nudo en la tela
Para vivir hice muchas cosas de las que no me siento orgulloso; escribía poemas y cartas de amor para que mis amigos se las enviaran a sus novias. Si la carta daba resultado, es decir, si la muchacha aceptaba, me pagaban. De lo contrario, no me daban ni cinco centavos.
En aquel año un amigo que leyó algo que yo había escrito sobre “un crimen ocurrido en Puerto Mocho”, me dijo déjate de escribir tantas cartas de amor; que ya pasó el romanticismo y las mujeres hoy en día no comen de cartitas y me propuso escribir una crónica “sobre el crimen de que fue victima “El turco María” para publicarlo en La Libertad, un periódico que está gustando mucho en Barranquilla.
Yo la escribí y la llevé al periódico y para sorpresa mía, al día siguiente la crónica apareció publicada y al lado una columna escrita por don Carlos Fores Sierra, un escritor famoso, que decía “La crónica de Raúl Mestre, es una excéntrica y extraña mezcla entre lo inocente y lo mágico y ha logrado adentrarnos en un mundo tan suyo como propio.
Después de ese comentario me entusiasme y lleve otra y otra: hasta que Ernesto de la Espriella, un abogado muy reconocido, escribió una columna exaltándome como cronista.
Sin embargo, una mañana bajo una llovizna tenue y mortificante, fui al periódico a llevar mi crónica y el periodista Rafael Lafaurie, (Q.E.P.D.) me estaba “cazando” escondido detrás de la puerta de entrada.
Cuando yo, todo desprevenido me presenté con un poco de libros debajo del brazo y en uno de ellos mi crónica, Lafaurie, me miro, me pregunto: ¿Usted es Raúl Mestre? Si, respondí y Lafaurie, todo bravo, me dijo: “Me hace el favor y me acompaña”
Me llevó hasta el tercer piso, donde estaba Wilderson Archiboald, el jefe de redacción (Q.E.P.D.) quien le pregunto: ¿Este es? Si, respondió Rafael Lafaurie, mirando mi jeans roto y la franela de los Yankees de Nueva York que me había regalado un primo y allí entre los dos me cogieron y me sentaron frente a una maquina de escribir Olivetti y me dijeron: “Escriba una crónica sobre lo que le de la gana”.
Nervioso, sin saber lo que pasaba, empecé a escribir sobre un hombre que había matado a su novia en un hotel de Puerto Colombia, porque esta se burló cuando el muchacho le entregó un ramo de flores.
Luego que los señores la leyeron la “crónica del romántico”, se miraron entre si y me dijeron: “Ahora nos acompaña hasta la presidencia”
Allá en el segundo piso estaba Don Roberto Esper, el director, quien me miro de arriba abajo. Yo estaba nervioso. Don Roberto, le preguntó a Rafael Lafaurie “¿Si es él?” ¡Si!, volvió a decir Lafaurie.
Para mi sorpresa, Don Roberto, tomó el teléfono y ordenó que me incluyeran en la nomina de los correctores de estilo, y como en ese entonces para ser periodista se necesitaba tarjeta profesional, Jorge Humberto Klee, Norberto Tejeda (Norte) y Marco T Barros, rindieron una declaración jurada en una Notaria y así el Ministerio de Educación Nacional (a cargo de la doctora Doris Eder de Zambrano) me otorgó la tarjeta profesional No 6363.
Trabajé en el periódico por mucho tiempo, hasta cuando me gradúe como abogado. Sin embargo, muchos años después –como en Cien Años de Soledad- ahora que el sicario remplazó “al hombre ofendido”, no he resistido la tentación de volver a la “crónica roja”