martes, 20 de septiembre de 2011

LA CORRUPCION EN BARRANQUILLA!

Raúl Mestre
Ante la lluvia de denuncias que nos presentan algunos ciudadanos contra políticos que «los engañaron», solo debemos recordarles que la mentira, el engaño, la falsedad, en fin, la trampa, son los principales instrumentos de la política.
Pretender que esos «instrumentos» no estén presentes en estas elecciones, es falta de realismo o algo peor: ¡No tener sentido común!
La corrupción en Colombia no nació en el gobierno anterior, -como ahora muchos quieren hacernos creer, desde la conquista los españoles se robaron el oro. Comprendo que en muchas ocasiones «el lenguaje político», está hecho para hacer que «las mentiras suenen a verdades, », pero no hay derecho a que algunas personas «traguen mas entero que un alcatraz en ayunas» como dice el maestro Chelo de Castro.
Hoy, como hace dos milenios y medio, quien hable con la verdad, lo más seguro es que fracase como político. Sólo en circunstancias muy especiales, y por tanto pasajeras, el hombre de bien, puede tener éxito, como lo muestran el caso de figuras extraordinarias como Gandhi o Nelson Mandela y unos cuantos más que fueron victimas de la política. ¡En esos casos; como la política no podría funcionar con ellos, los persiguieron y hasta presos los metieron!.
Platón, desistió de seguir una carrera política; porque comprobó que era imposible tener éxito en ese empeño y mantener «sus principios éticos»; de ahí su decisión de dedicarse al estudio de la ciencia, de la filosofía y del poder.
Para San Agustín la política, «era un mal necesario» producto del pecado original, de la mala levadura con que está hecho el ser humano. «Todo orden político –decía- es imperfecto y ejercido por personajes igualmente imperfectos».
Para Maquiavelo -quien también partió de una muy pobre idea sobre los políticos (a quienes consideraba egoístas en extremo y oportunistas siempre)-, la política se debe regir «no por consideraciones morales abstractas» sino por lo único importante en ese oficio: ¡el éxito! De ahí aquello de «El fin justifica los medios» y uno de esos medios es justamente la mentira para lograr el poder.