En la madrugada del 27 de octubre de 1969, yo, era un estudiante de bachillerato y recuerdo que en Bogotá, hubo un crimen que conmocionó a Colombia. A las 3 de la mañana de ese día, en la Autopista Norte, fue hallado el cadáver de un hombre con un impacto de bala en la frente y medio carbonizado.
A los detectives les llamó la atención que el cuerpo estaba vestido con ropa extranjera, llevaba zapatos “Florsheim”, la mejor marca de ese momento y muy cerca se hallaron las llaves de unas costosas maletas “Samsonite”.
Después de 22 días de intenso trabajo, los detectives establecieron que se trataba de Jaime Padilla Convers, hijo del empresario puertorriqueño Hermidez Padilla, dueño de casinos en el Caribe y minas en Suramérica. Vivía en Colombia, donde habían nacido sus dos hijos.
Pese a que en esa época el uso de “cartas dentales” estaba en pañales, su identificación se logró a través de ese método porque se contó con la suerte de que el odontólogo bogotano, Alfredo Estefan, tuvo a Padilla Convers como uno de sus pacientes
Tres semanas después se estableció que Padilla Convers había sido asesinado por el esposo de su hermana Anita, o sea, Gonzalo Carreño Nieto, quien lo recogió en el aeropuerto en un Mercedes Benz, y le disparó dentro del vehículo. Luego, lo llevó a la autopista norte, donde lo rocío con gasolina y le prendió fuego.
La justicia condenó a ese enigmático personaje de aristocrática familia bogotana, de 44 años, buen mozo y con una vida que había estado marcada por comodidades, educación de primera y viajes, a 14 años de prisión, pero gracias a las influencias logró salir en libertad, aunque después se vería involucrado en otros episodios delictivos.
El 23 de mayo, Gonzalo Carreño Nieto, blue-vestido de jeans y camisa de manga corta, y un pequeño morral en el hombro, donde llevaba una granada -que luego resultó ser de mentira- protagonizo uno de los secuestros aéreos más extraños de la historia de la aviación colombiana. Secuestró un Boeing 727-100, HK-1400 conducido por el capitán Luis Eduardo Gutiérrez. Carreño, quien seguramente por su convivencia con Margarita Peralta -antigua azafata de Aerocondor y Aces- conocía muy bien el mecanismo del avión de modo que cuando este se detuvo logró escapar pero un destacamento de la Infantería de Marina encontró en la pantanosa zona a Gonzalo Carreño Nieto con la mochila que llevó durante el secuestro y con la granada con que mantuvo amedrentada a la tripulación, que resultó ser falsa.
En 1983, quiso extorsionar a una cadena de supermercados, amenazando con envenenar los alimentos que se distribuían al público, si no se cumplían sus demandas. Como las cosas se hicieron difíciles, Carreño envió a las oficinas del supermercado algunas frutas inyectadas con supuestos venenos, pero cuando estos fueron examinados en los laboratorios los expertos advirtieron que era simple anilina. Esa vez, "el plante" le costó varios años en la cárcel de La Mesa, Cundinamarca, ya que el F-2 le tendió una trampa y lo apresó.