Raúl Mestre
“El dolor puede durar un minuto, una hora, un día o un año, pero terminará”
El “Día de los Muertos” según las más antiguas culturas indígenas, se celebraba el día en que la persona había fallecido. Imagínense que estamos hablando de los aztecas, y los mayas, quienes durante 3 mil años hicieron rituales dedicados a conmemorar “el día de muertos” en la fecha en que sus ancestros fallecieron.
Pero, hoy en día, gracias a que los conquistadores españoles del siglo XV, quisieron convertir a los nativos al catolicismo, cambiaron nuestra cultura y colocaron el “día de los muertos” para el inicio de noviembre; o sea para el 2 de noviembre a fin que coincidiera con las festividades católicas del “Día de todos los Santos y Todas las Almas”.
Hoy día de los difuntos, recuerdo que en mis tiempos de escolar, con pantalones cortos, pasé largas noches escuchando a una cantidad de gente soñando con morir de viejo, el único que no pensaba así, era Filadelfo, mi hermano, quien al igual que el escritor Andrés Caicedo, desde muy joven, anhelaba fallecer joven: “Aunque sea que un conductor borracho se vuele un semáforo en rojo, y me lleve por delante” decía, riéndose a carcajadas con cierta dosis de sarcasmo y una profunda ironía
Luego, poniéndose serio, aclaraba: “Mentira, “negro morindoche” (siempre me dijo así) lo que en realidad no quiero es que nadie me vea después de muerto, ni que la gente que no me conoció en vida, vaya a mi tumba a ponerme flores”.
Filadelfo, era así, un torbellino, un espectáculo de la naturaleza, que lo dotó, además, de esa “pinta” de galán y esa capacidad histriónica que tanto le sirvieron en sus propósitos de ser actor, en un personaje inolvidable.
Por eso cuando a las tres de la mañana la enfermera que lo atendía en el Hospital Metropolitano, me dijo: “Acaba de morir, pero antes soltó una carcajada”. Me quedé mudo. No le dije nada. ¿Cómo hacia para explicarle a esa enfermera, que mi hermano había muerto feliz?
No sé si lo dije antes, pero ahora, ya con más calma, trataré de repetirlo. En aquellos tiempos uno pensaba que “Fila” tenía “un secreto pacto sobrenatural” para mantenerse joven, sin advertir que solo era “un universo propio” que consiguió inventarse para ser diferente, y ser aceptado así de atrabiliario, juguetón, solemne, irreverente, crítico, agitado como siempre fue. ¿Cómo olvidarlo?
Bueno, como dije antes, hoy eso no importa, nada importa, hoy solo tengo su ropa; que aun conserva el aroma penetrante a María Farina, una fragancia que llevaré impregnada para siempre en la nariz y en la memoria, por eso solo quiero recordar sus carcajadas, sus abrazos, en fin, su alegría de vivir “en una forma diferente”: “Yo bailo con mi música, no con la que me toquen” decía emulando a Facundo Cabral.
¡Chao, hermano, yo no tomo ron, no me gusta, pero hoy “día de los muertos” si quiero abrir una botella de whisky y regar un poquito sobre la grama de “Jardines de la Eternidad”, para que bebas conmigo. ¡Y procura no llorar: porque eso me corresponde hacerlo a mí, en tu nombre.