Raúl Mestre.
Con ocasión a la muerte de “Alias Alfonso Cano”, recordé que hace poco, tuve un breve intercambio de “e mail s” con Yezid Arteta, mi amigo que durante mas de 13 años fue combatiente de las FARC y quien permaneció 10 años y 14 días, en las cárceles del país, hasta que el 12 de julio de 2006, recuperó su libertad. Estuve recordando los tiempos en que un pelao de izquierda como Yezid Arteta, era amigo de un godo “recalcitrante y reaccionario” como yo, y diariamente “mamabamos gallo” en la cafetería de la Universidad Libre.
Por eso al leer un escrito que Yezid hizo sobre Jineth Bedoya, la gran periodista de El Tiempo, Le escribí una nota y al día siguiente Yezid me sorprendió diciéndome: “Salud Raúl: El caso de Jineth fue bastante doloroso por la amistad que nos une. Y agregó: Leí tu nota sobre José María Torres Vergara. Me hizo recordar lo que pensaba Camus sobre las muertes absurdas. Un abrazo y éxito en tus asuntos” Yezid.
¡Wau! ¿Cómo iba a imaginar yo, que Yezid Arteta, a miles de kilómetros de distancia, sentado por allà en una escuela de Barcelona, donde el gobierno colombiano lo tiene estudiando los conflictos armados en el mundo, está pendiente de leer las crónicas de este godo “recalcitrante y reaccionario?
Tal vez por eso, hoy que mataron a Alfonso Cano, decidí buscar entre las notas de Yezid, todo lo que sus amigos en Barranquilla, siempre han querido saber de su vida de guerrillero Y aquí está lo que me encontré: Yezid Arteta dice: “Eran los primeros días del mes de diciembre de 1984 había decidido en aquel entonces abandonar las luchas universitarias en Barranquilla, para unirme a las huestes de las FARC.
Antes –dice- había estado en la Segunda Conferencia Nacional de Organización de la Juventud Comunista en el año de 1977 donde coincidí con Alfonso Cano, secretario de organización del regional de Bogotá y “con quien comparto el gusto por la música salsa y el futbol”. Algunos años después, militantes ambos en las filas de las FARC, charlábamos muy animadamente, y entre bromas, sobre el futuro de la organización.
“Para ese entonces Alfonso Cano, era miembro del Secretariado, yo responsable de un frente en el sur occidente del país y conmemorábamos para esos días el vigésimo aniversario de las FARC. “A Manuel Marulanda, lo conocí en el legendario campamento “La Caucha”. El cuartel lo componía una casa de varias habitaciones, construida en madera aserrada y techada con láminas de zinc, además de cuatro o cinco barracas que alojaban a los guerrilleros. Fue uno de los primeros guerrilleros que vi armado: portaba una carabina M-2 de fuego selectivo terciada sobre su hombro izquierdo, el mismo tipo de arma que inmortalizara el “Che” Guevara en la quebrada del Yuro donde fue emboscado y herido.
En aquel lugar, atravesado por una diáfana quebrada que desemboca en el río Duda, se hallaba el mando central de las FARC, el grupo de jefes insurgentes que de acuerdo a los planes aprobados en la Séptima Conferencia realizada en 1982 estaba llamado a dirigir la estrategia de guerra contra el Estado hasta su derrocamiento, y reemplazarlo por un gobierno popular.
No puedo olvidar la impresión que me llevé aquella mañana que arribamos al cuartel general de las FARC en compañía de un guía que arriaba una recua de mulas cargadas con víveres para los guerrilleros. Allí, frente a mis ojos, estaban los que para esos días eran leyenda: Manuel Marulanda Vélez y Jacobo Arenas. Y digo que me sobrecogí porque ya en ese entonces, aún para los que mismos comunistas, “Tirofijo” era un mito que pesaba en el imaginario de los colombianos. Además de los dos históricos jefes insurgentes estaban allí Alfonso Cano y Raúl Reyes. Quienes lo escuchamos con inusual atención, compartíamos la misma ración de arepa y chocolate que él comía, sentados sobre unos troncos fijados en horcones. “Tirofijo” nunca se tomó en serio aquello de que era un importante dirigente revolucionario de América Latina, y siguió llevando al cinto una cubierta “chaparraluna” que guardaba un machete de dieciocho pulgadas, de las mismas con las que limpiaba la maleza en sus años mozos, cuando jornaleaba por unos cuantos reales, en las haciendas cafeteras del viejo Caldas. Ni siquiera Marulanda hacía referencia al hecho de que el más grande icono mundial de todos los tiempos Ernesto “Che” Guevara lo mencionara en el famoso Mensaje de la Tri continental escrito de su puño y letra en el año de 1966.
“Cuando Tirofijo” murió el ministro de Defensa dijo: “El alma de quien fuera el jefe máximo de las FARC, se encuentra desde en el infierno”. Es decir, lo condenó a las tinieblas sin haber hecho escala en el purgatorio, por lo que se ha de colegir que el paraíso está reservado para él y el suyos.