domingo, 25 de diciembre de 2011

RECUERDOS DE MI ABUELA

Raúl Mestre
Durante fin de año, y año nuevo, no solo aumenta el consumo de alcohol, sino que se despierta una euforia colectiva tan grande que provoca un mayor número de accidentes de tránsito.
Es tal vez por ello es que en temporadas como estas recuerdo el susto que nos hizo pasar mi abuela, quien para un diciembre y con 85 años a cuestas, tumbó la sala de la casa para convertirla en garaje porque al morir mi abuelo se trajo para Barraquilla, la vieja camioneta “Studebacker” color verde que parecía “una cotorra” y dijo “Lo que soy yo, me voy en esa vaina a dar “el feliz año” a mi gente en Cartagena”
Mi abuela, interesada en estrenarse “la cotorra” al día siguiente se fue en voz baja al taller de don Vicente, un mecánico que vivía a la vuelta de la casa y este irresponsable sin tener en cuenta la edad de mi abuela, ni sus problemas de presión arterial, ni los estragos de las cataratas, la enseñó a manejar.”Usted todo lo que tiene que hacer es agarrar firme el timón y meter el pie en el acelerador” Le decía mientras ensayaban en un campo abierto.
Y así fue, como al medio día, de un 23 de Diciembre que nunca olvidaré, mientras estábamos en el patio, esperando el almuerzo bajo el palo de mango, mi abuela se levantó con disimulo, guardó las agujas de tejer, los alfileres y una madeja de hilo calabrés en la bolsa de costura, le hizo una seña con la mano a la tía Fela y las dos salieron y se embarcaron en la “Cotorra” y se fueron para Cartagena. “Para que veas que nunca es tarde, mija” Dijo mientras tomaba el timón con las dos manos como recomendó don Vicente.
Mi mamà, quien en esos momentos estaba en la cocina sirviendo los almuerzos, al enterarse que mi abuela y mi tía Fela se habían ido en la vieja camioneta para Cartagena; se quedo con la boca abierta, inmóvil, como si un rayo la hubiera paralizado. Estaba tan asustada, que ese día no almorzó y permaneció despierta hasta altas horas de la noche, sentada en el borde la de la cama, rogándole a todos los santos, esperando el regreso de las viejas.
Aquella madrugada recuerdo que no había brisa y el quejido del mar se escuchaba a los lejos, cuando mas o menos a las tres de la mañana, sentimos el ruido de la camioneta. ¡Por fin llegaron! Nos asomamos a la ventana y vimos a mi abuela bajarse del vehiculo con un jadeo al caminar, a causa del esfuerzo, mientras la tía Fela se bajaba echándose dos veces la señal de la cruz.
Mi mama al verlas “sanas y salvas” le dio gracias a Dios y se acercó con la respiración agitada y con voz entrecortada les llamó la atención sobre el peligro de dos señoras octogenarias conduciendo un viejo camionetòn por una carretera tan peligrosa como “la Cordialidad”.
Mi abuela no le puso mucha atención al regaño, simplemente la miró por encima de los anteojos y le pregunto: ¿Cuál es el problema? ¡Nos fue muy bien! ¡Nada nos podía pasar. “Yo me pegue del timón y Fela se pegó del pito”.