lunes, 12 de diciembre de 2011

A TOTO SE LO TRAGÒ UN MERO...

*La tarde estaba envuelta en el viento fresco que baja de la Sierra Nevada.
Raúl Mestre
Hace algunos dias al enterarme que Ronald Padilla Ariza, un joven salvavidas de 30 años de edad, murió tras ser alcanzado por un rayo en cercanías del balneario de Comfamiliar, recordé la famosa “teoría matemática de la probabilidad” la cual indica que, tan improbable como que a una persona la mate un rayo, es ganarse el baloto, tener un hijo genio, o perecer en un accidente de avión.
Y supuestamente lo único más improbable que eso, es morir de un ataque de tiburones en el mar. Sin embargo, hace muchos años, a Toto, un pelao que vivía en el barrio Chiquinquirá y trabajaba en Seguros Bolívar, se lo tragó un Mero.
Viajando un poco al pasado, recuerdo que cuando el vi bus de “Lucero”, que iba a llevar a los vecinos del barrio “Los Andes”, al parque Tayrona, vi a Toto, levantar la mano para saludar por la ventanilla del vehiculo, a Yola, mi hermana menor, quien ingenua respondió el saludo , sin sospechar que aquello no era un simple adiós, sino una despedida.
Filadelfo, mi hermano, me contó que aquel día dentro del vehiculo todo era alegría. Había risas y Toto con su camisa floreada, aplaudía las pegajosas melodías que tocaban los músicos, sin sospechar el destino fatal que lo esperaba.

En la noche, cuando el bus regresó del paseo, no me gustó el silencio sepulcral, con que se bajaron del vehiculo quienes horas antes, se habían ido felices alegres y bulliciosos. Una de las vecinas (Teodora), al bajarse del bus, me miró, despepitó los ojos y me pidió silencio con el índice, simulando que se pasaba la mano por la boca.
Fue la primera vez en mi vida, que sentí sudor en las manos y ahora que tengo tiempo de pensarlo, debí de haber puesto una cara de espanto, como la de Camus en medio de los estragos de “La Peste”, porque Rita, mi cuñada, quien también se había bajado en silencio, se sintió obligada a revelar (antes de lo previsto), lo que le había ocurrido en el parque Tayrona, aquel día de verano, donde según los bañistas, no había asomo de aguacero y la tarde estaba envuelta en el viento fresco que baja de la Sierra Nevada. “Toto se lanzó al mar dese una gran piedra y no volvió a salir”. Dijo. Aun conservo viva en la memoria su imagen”.

Unas horas después que explicaron lo ocurrido, apareció en mi casa una bandada de mujeres, quienes acorralaron contra la pared a la organizadora del paseo; para obligarla a que fueran a rescatar el cadáver.
Cuando abandonaron la casa, salí y me encontré en la mitad de la calle, con un hombre desconocido, pero enigmático, quien me dijo que esas señoras nada tenían que ir a buscar al Tayrona, porque allí desde hace muchos años habita un mero, y son muchas las personas que se ha tragado y obviamente nunca han aparecido. Me quede en silencio. Las mujeres regresaron solas a Toto nunca lo encontraron.