Ahora que algunos piensan recuperar el viejo barrio San Roque, recuerdo que hace mucho tiempo, mientras vagaba por esas calles donde los sirios libaneses, amigos de mi familia, construyeron las mejores casas de Colombia, me tropecé con el señor Mezrahi, quien venia por la mitad de la calle, soplando aire fresco sobre una taza de café humeante.
El hombre al reconocerme, (su padre fue amigo de mi papa) me puso una mano en el hombro y nos pusimos a conversar, recostados en uno de los postes de la energía; sobre el grave problema que se veía venir sobre ese sector que ahora llaman “zona cachacal”, y donde si alguna persona logra salir sana y salva fue porque Dios metió su mano”.
Mientras escribo esta crónica, acompañado únicamente por mis recuerdos y por un ventilador más achacoso que los ascensores del Centro Cívico, recuerdo que Samir Mezrahi, fue el primero que tuvo el coraje de hacerles frente a los criminales que empezaban a convertir ese barrio en una zona de tolerancia, peleo con los dueños de los prostíbulos, con los gay, con los ladrones, pandilleros y fleteros que se mudaron en el sector.
Pero ninguno de sus vecinos, ni siquiera sus familiares, se atrevieron a secundarlo cuando empezó a revelar, con pruebas, que
algunos políticos secundaban a los bandidos. Claro que, por lo que me dijo, él sabía que se jugaba la vida en defensa de una sociedad indolente, que convivía con semejantes malhechores, que les ofrecía fiestas, que los adulaba, y que además votaba por ellos.
A esa misma hora hasta la parte de atrás del viejo Hospital General de Barranquilla, llegaban los primeros indigentes, para arrojar en la terraza de una hermosa casa estilo republicano, (pero abandonada por sus dueños), el contenido de unas bolsas repletas de basura, mientras unos niños sacaban a mano limpia restos para venderlos y tener con que comprar la droga que un señor les vende a la luz del día como la cosa mas natural del mundo. A mi me dieron ganas de echarme a llorar.
Las señoras de bien al ver esa infamia, empezaron a rezarle a cualquier santo que se les viniera a la cabeza, para que san Sn Roque no se convirtiera en un muladar.
Recuerdo que ellas, como vivían cerca a la casona abandonada, permanecían acuclilladas junto a un palo de mango, avisando a gritos Mezrhai, con las manos en la boca, a manera de bocina. –“Ya trajeron el primer perro muerto”.
Samir Mezrahi, detrás de su aspecto engañosamente asustadizo, que se encerraba en su casa para huir de los extraños que llegaban al barrio, estaba hecho con la misma materia con que hicieron a su padre, un turco que tenia unos almacenes de tela en la calle de “las vacas”, y quien vivía regateando con su clientela una yarda de dril o media pieza de etamina y no tenía pelos en la lengua para denunciar las arbitrariedades que cometían los políticos. Los hombres de antes eran así.