viernes, 30 de diciembre de 2011

¡SOY COBARDE Y QUÈ!

A estas alturas de la vida, no me da vergüenza decir que me he vuelto cobarde. Ya no soy capaz de corretear a los ladrones; como hice hace algunos años, cuando para un primero de enero, corretié a tres cachacos “caricortadas” que armados con pistolas atracaron a una señora en el Paseo de Bolívar. Recuerdo que sin pensarlo dos veces, con todo el fragor de la juventud, los perseguí hasta lo ultimo de Barranquillita y a punta de trompadas y patadas los desarmé, los amarré y los entregué a la policía.
Ahora no. Los tiempos han cambiado mucho, ahora si el ladrón se devuelve, como ocurrió el 31 de Diciembre, ya no enfrento al criminal, con la guardia en alto, tipo Pambelè, como hacia cuando estaba pelao; sino que por el contrario suspiro y para disimular el miedo, le replico con voz temblorosa: "¡Atrevido! ¡Grosero! ¡Maleducado! ¡Inculto!".
Y si el ladrón es de esos “alzados” que se me acerca con una nueve milímetros, en la mano y amenazante me pregunta: "¿Entonces qué va a hacer? Ahí es cuando pego un grito desesperado: "¡Miren a este tipo! Tras de ladrón, atrevido, ¡Ahora me quiere matar!".
Por esa misma cobardía fue que el 31 de diciembre a las doce de la noche, (cuando me dijeron que un tipo extraño se había metido en mi casa), no pensé en tomar la ametralladora que me regaló un paramilitar, sino que me levanté a tientas y corriendo el riesgo de que me saliera un espanto en la oscuridad o de romperme la crisma contra el televisor, fui hasta el fondo del patio, en busca de mi entrañable y noble perro Pittsburg.
A esa hora, ese animal que antes era una fiera, dormía a pierna suelta encima de la batea porque le tiene miedo a los gatos, (también se ha vuelto cobarde y no se atreve a dormir en el suelo). Lo toqué en el lomo, y, en lugar de levantarse con aquel entusiasmo de otros años (cuando yo lo comparaba con el vigor de don Quijote frente a los molinos de viento), el perro se hizo el desentendido. Como si no fuera con el. ¡Como cambian los tiempos! Claro, que también debo confesar que la cobardía me ha servido para esquivar conflictos. Me he vuelto habilidoso para evadir la noche y la calle que son los únicos espacios de esos psicópatas que asesinan a sangre fría. ¿Recuerdan “Guerra al crimen?