lunes, 16 de abril de 2012

Creer en el destino es una forma de defenderse frente a la angustia de lo impredecible. Es tentador imaginar que el azar tiene significados y propósitos. Incluso el propósito de manipularnos con la absurda carencia de sentido. O, mucho más peligroso, con su registro histórico, la estadística. Las leyes de la probabilidades ¿son solo un sofisticado placebo? Mala suerte, buena suerte. La incertidumbre es lo que prevalece. A veces sospecho que nuestra libertad es una ilusión demasiado vanidosa Muchas veces decimos que no creemos en el destino, porque resulta irracional. De hecho, si el tiempo fluye desde el pasado hacia el presente y desde el presente al futuro, nada parecería indicar que desde el futuro se teje un plan. ¿Pero si no podemos saber con certeza como caerán los dados? ¿Cuál es la diferencia? Azar y destino son, en la práctica, caras de una misma moneda. Veamos por ejemplo estas coincidencias: Napoleón nació en 1769. Hitler en 1889. Diferencia: 129 años. Napoleón tomó el poder en 1804. Hitler en 1933. Diferencia: 129 años. Napoleón entró en Viena en 1809. Hitler en 1938. Diferencia: 129 años. Napoleón entró en Rusia en 1812. Hitler en 1941. Diferencia: 129 años. Napoleón perdió la guerra en 1815. Hitler en 1945. Diferencia: 129 años. Y que decir del caso de dos personas se encuentran veinte años después a miles de kilómetros de distancia, siendo que habían asistido a la misma escuela, habían tenido a los mismo maestros, celebra su cumpleaños el mismo día y coinciden en la misma esquina, de las tantas que existen en Buenos Aires y esperábamos por el mismo semáforo, y no lo habíamos planeado.