jueves, 31 de mayo de 2012


Personajes y leyendas:
LA MUERTE Y  FATALIDAD EN
LA  VIDA  DE DIOMEDES DIAZ
“Aunque sangre,  no me duelen las heridas”
Raúl Mestre
Estoy seguro que Diomedes Díaz, no solo es el mejor cantante vallenato de todos los tiempos, sino que igual;   es un hombre bueno. Sin  embargo, muchas son las  muertes  que flotan alrededor de sus hermosas canciones. Muertes de todo tipo. Samuel Alarcón, aquel hombre,  a quien El Cacique en el tema  “Mi primera cana”,  a gritos  le expresaba su afecto;  fue abatido a disparos en una cárcel de Bogotá.
Moñón Dangond, ese  cienaguero, buena gente, también amigo de Diomedes,  falleció en trágicas circunstancias, lo mismo  que Felipe Eljaick, Santos González y tantos otros, pero hoy vamos quiero recordar a  Lisímaco Peralta, el hombre que no cambiaba de mujer, sino de “comedero”,  quien un 5 de agosto de 1978 fue acribillado delante del  propio  Diomedes.   “Aquel día la gente se volcó -relata  Fredy González Zubiría- a una  casa del corregimiento de La Flores,  donde se iba a celebrar una fiesta. Todos  querían conocer a Diomedes y Juancho Rois, quienes  llegaron puntualitos y  se ubicaron al final del patio en una pequeña  tarima. Ildefonso Pimienta, el dueño de la fiesta, entusiasmado con los artistas, presentó a Lisímaco Peralta, con Diomedes Díaz. Se dieron un fuerte abrazo. -¡El famoso Lisímaco Peralta!,- le dijo Diomedes. -Soy famoso gracias a ti.- le contestó  Lisímaco. - Se sentaron y brindaron. La agrupación abrió su presentación con la famosa canción  “Lluvia de Verano” “Aprendí en el diccionario de la vida,  a conocer la mentira de la gente, menos mal que yo he sido un hombre valiente que aunque sangre,  no me duelen las heridas  porque tengo mi experiencia conseguida,  mantendré siempre levantada la frente”  y, todos se levantaron a hacer palmas y cantar en coro. A Lisímaco se le aguaron los ojos de la emoción; en milésimas de segundos por su mente pasó su vida, su infancia de campesino, su juventud como conductor, sus dificultades, su pobreza. Diomedes Díaz y  Juancho Rois en su pueblo, era algo mágico. Al terminar la primera tanda, radiante y conmovido, los contrató para su cumpleaños de la próxima semana, el 12 de agosto. La fiesta continúo. A esas alturas ya Lisímaco había discutido dos veces con Juanito Guerra, un tipo de ahí del pueblo,  quien insistía: “Hoy te voy a matar”- le dijo la primera vez. Lisímaco, inocente del infierno que estaba creciendo dentro de Juanito, pensó que estaba mamando gallo y contestó con una sonrisa. -¡Ve Juanito, deja de estar hablando locuras!- Una hora después se le acerca de nuevo y le dice “Hoy te voy a matar”.  Lisímaco, desprevenido y sonriente, le comentó a los dos amigos que tenía a su lado -¿A Juanito qué le pasa, es la segunda vez que me dice que hoy me va a matar?.- Lisímaco y sus amigos se rieron, no creyeron en las palabras de Juanito Reyes, Esa noche, todos cargaban armas. El último tema de la segunda tanda de Diomedes y Juancho, fue nuevamente “Lluvia de Verano”, todos seguían con palmas la canción, Lisímaco se levantó de la mesa y alzó los brazos: “Canto, rio, sueño y vivo alegre, al que le duela que le duela, si se queja es porque le duele”, coreaba Lisímaco.   Al final de la tanda algunos de los presentes pidieron al “picotero” que colocara algo de salsa. Empezó a sonar “El cocinero mayor” de Fruko y sus tesos. A la 1 y 10, Sidis Mendoza, la cuñada de Lisímaco, llegó a buscarlo. Le dijo, como si presintiera algo “Lisímaco, me dijiste que te viniera a buscar a la una, vamos para que te acuestes”. Lisímaco se quedó mirándola pensativo, y sonriente le contestó -No te preocupes, anda tú que en 15 minutos estoy allá. Sidis se marchó. A la 1 y 20 de la madrugada, el conjunto vallenato se aprestaba a dar comienzo a la tercera tanda, y mientras la mayoría de los asistentes estaban felices, gozándose la fiesta, los hermanos Guerra, seguían inquietos y belicosos. Nuevamente Reyes se le acercó a Lisímaco a amenazarlo y éste con la paciencia colmada le contestó: “Bueno, ¿tú te crees? ¿Más hombre que todo el mundo?- Inmediatamente apartó a sus acompañantes, y llevó su mano al bolsillo buscando su pistola, pero Reyes sacó primero y le disparó dos tiros a quema ropa, hiriéndolo en un brazo y una mano. Lisímaco reaccionó y desenfundó su 9 mm., alcanzó a disparar una vez, pero el arma se atascó. En ese momento recibió 7 tiros por la espalda de un acompañante de los hermanos Guerra, y  cayó muerto con la pistola en la mano.
Sidis Mendoza, acababa de llegar a su casa, cuando  escuchó los primeros tiros. Temiendo lo peor, se llevó la mano al pecho y exclamó -¡Mamá, mataron a Lisímaco!- dijo, mientras se escuchaban más y más disparos. Reyes intento fugarse saltando la tapia, pero los acompañantes de Lisímaco lo bajaron a balazos. La plomera fue terrible: Había gente disparando por todas partes. Juanito, el hermano de Reyes, intentó subirse en una mesa para disparar y uno de los presentes lo mató de un solo tiro. Ahí terminó la balacera. El hombre que le disparó a Lisímaco por la espalda había  huido en medio de la oscuridad y se encontraba ya lejos del pueblo. Cuando se armó la plomera, Diomedes Díaz y Juancho Rois, se volaron la tapia, llegaron hasta la casa vecina y se metieron debajo de una cama; de ahí  solo saldrían media hora después, cuando llegó el ejército y  escoltados por soldados, lograron abandonar el lugar. A esa misma hora, a decenas de kilómetros de allí, en la Sierra de la Totumita, una zona de la Sierra Nevada de Santa Marta, doña Alba Rosa Rosado, la madrastra de Lisímaco, estaba dormida; súbitamente despertó y sintió que le pasaban el peine por el cabello “Presentí que algo le había pasado a uno de los míos”, Dice recordando  aquel sábado en que convencimiento  murió Lisímaco Peralta “La semana siguiente iba a cumplir  30 años”. Sin embargo su nombre quedó inscrito para siempre en la Leyenda Vallenata, con esa  melodía  que hoy toda una generación continua cantando  a todo pulmón: “Canto, rio, sueño y vivo alegre, al que le duela que le duela, si se queja es porque le duele”,