Personajes y
leyendas:
LA MUERTE Y
FATALIDAD EN
LA
VIDA DE DIOMEDES DIAZ
“Aunque sangre, no me duelen las heridas”
Raúl Mestre
Estoy seguro que Diomedes Díaz, no solo es el mejor cantante
vallenato de todos los tiempos, sino que igual; es un hombre bueno. Sin embargo, muchas son las muertes que flotan alrededor de sus hermosas canciones.
Muertes de todo tipo. Samuel Alarcón, aquel hombre, a quien El Cacique en el tema “Mi primera cana”, a gritos
le expresaba su afecto; fue abatido
a disparos en una cárcel de Bogotá.
Moñón Dangond, ese cienaguero, buena gente, también amigo de
Diomedes, falleció en trágicas
circunstancias, lo mismo que Felipe
Eljaick, Santos González y tantos otros, pero hoy vamos quiero recordar a Lisímaco Peralta, el hombre que no cambiaba de
mujer, sino de “comedero”, quien un 5 de
agosto de 1978 fue acribillado delante del
propio Diomedes. “Aquel día la gente se volcó -relata Fredy González
Zubiría- a una casa del corregimiento de La Flores, donde se iba a celebrar una fiesta. Todos querían conocer a
Diomedes y Juancho Rois, quienes llegaron puntualitos y se ubicaron al final del patio en una pequeña tarima. Ildefonso Pimienta, el dueño de la
fiesta, entusiasmado con los artistas, presentó a Lisímaco Peralta, con
Diomedes Díaz. Se dieron un fuerte abrazo. -¡El famoso Lisímaco Peralta!,- le
dijo Diomedes. -Soy famoso gracias a ti.- le contestó Lisímaco. - Se sentaron y brindaron. La
agrupación abrió su presentación con la famosa canción “Lluvia de Verano”
“Aprendí en el diccionario de la vida, a
conocer la mentira de la gente, menos mal que yo he sido un hombre valiente que
aunque sangre, no me duelen las heridas porque tengo mi experiencia conseguida, mantendré siempre levantada la frente” y, todos
se levantaron a hacer palmas y cantar en coro. A Lisímaco se le aguaron los
ojos de la emoción; en milésimas de segundos por su mente pasó su vida, su
infancia de campesino, su juventud como conductor, sus dificultades, su pobreza.
Diomedes Díaz y Juancho Rois en su
pueblo, era algo mágico. Al terminar la primera tanda, radiante y conmovido,
los contrató para su cumpleaños de la próxima semana, el 12 de agosto. La
fiesta continúo. A esas alturas ya Lisímaco había discutido dos veces con
Juanito Guerra, un tipo de ahí del pueblo, quien insistía: “Hoy te voy a matar”- le dijo
la primera vez. Lisímaco, inocente del infierno que estaba creciendo dentro de
Juanito, pensó que estaba mamando gallo y contestó con una sonrisa. -¡Ve
Juanito, deja de estar hablando locuras!- Una hora después se le acerca de
nuevo y le dice “Hoy te voy a matar”. Lisímaco, desprevenido y sonriente, le comentó
a los dos amigos que tenía a su lado -¿A Juanito qué le pasa, es la segunda vez
que me dice que hoy me va a matar?.- Lisímaco y sus amigos se rieron, no
creyeron en las palabras de Juanito Reyes, Esa noche, todos cargaban armas. El
último tema de la segunda tanda de Diomedes y Juancho, fue nuevamente “Lluvia
de Verano”, todos seguían con palmas la canción, Lisímaco se levantó de la mesa
y alzó los brazos: “Canto, rio, sueño y vivo alegre, al que le duela que le
duela, si se queja es porque le duele”, coreaba Lisímaco. Al
final de la tanda algunos de los presentes pidieron al “picotero” que colocara
algo de salsa. Empezó a sonar “El cocinero mayor” de Fruko y sus tesos. A la 1
y 10, Sidis Mendoza, la cuñada de Lisímaco, llegó a buscarlo. Le dijo, como si
presintiera algo “Lisímaco, me dijiste que te viniera a buscar a la una, vamos
para que te acuestes”. Lisímaco se quedó mirándola pensativo, y sonriente le
contestó -No te preocupes, anda tú que en 15 minutos estoy allá. Sidis se
marchó. A la 1 y 20 de la madrugada, el conjunto vallenato se aprestaba a dar
comienzo a la tercera tanda, y mientras la mayoría de los asistentes estaban
felices, gozándose la fiesta, los hermanos Guerra, seguían inquietos y
belicosos. Nuevamente Reyes se le acercó a Lisímaco a amenazarlo y éste con la paciencia
colmada le contestó: “Bueno, ¿tú te crees? ¿Más hombre que todo el mundo?-
Inmediatamente apartó a sus acompañantes, y llevó su mano al bolsillo buscando
su pistola, pero Reyes sacó primero y le disparó dos tiros a quema ropa,
hiriéndolo en un brazo y una mano. Lisímaco reaccionó y desenfundó su 9 mm.,
alcanzó a disparar una vez, pero el arma se atascó. En ese momento recibió 7
tiros por la espalda de un acompañante de los hermanos Guerra, y cayó muerto con la pistola en la mano.
Sidis Mendoza,
acababa de llegar a su casa, cuando
escuchó los primeros tiros. Temiendo lo peor, se llevó la mano al pecho
y exclamó -¡Mamá, mataron a Lisímaco!- dijo, mientras se escuchaban más y más
disparos. Reyes intento fugarse saltando la tapia, pero los acompañantes de
Lisímaco lo bajaron a balazos. La plomera fue terrible: Había gente disparando
por todas partes. Juanito, el hermano de Reyes, intentó subirse en una mesa
para disparar y uno de los presentes lo mató de un solo tiro. Ahí terminó la
balacera. El hombre que le disparó a Lisímaco por la espalda había huido en medio de la oscuridad y se
encontraba ya lejos del pueblo. Cuando se armó la plomera, Diomedes Díaz y
Juancho Rois, se volaron la tapia, llegaron hasta la casa vecina y se metieron
debajo de una cama; de ahí solo saldrían
media hora después, cuando llegó el ejército y escoltados por soldados, lograron abandonar el
lugar. A esa misma hora, a decenas de kilómetros de allí, en la Sierra de la
Totumita, una zona de la Sierra Nevada de Santa Marta, doña Alba Rosa Rosado,
la madrastra de Lisímaco, estaba dormida; súbitamente despertó y sintió que le
pasaban el peine por el cabello “Presentí que algo le había pasado a uno de los
míos”, Dice recordando aquel sábado en que
convencimiento murió Lisímaco Peralta “La
semana siguiente iba a cumplir 30 años”.
Sin embargo su nombre quedó inscrito para siempre en la Leyenda Vallenata, con
esa melodía que hoy toda una generación continua cantando a todo pulmón: “Canto, rio, sueño y vivo
alegre, al que le duela que le duela, si se queja es porque le duele”,