martes, 13 de noviembre de 2012


EN EL DIA DEL TRABAJO?
*¿Acaso no  hay nada que  celebrar?
Raúl Mestre
Mientras en la calle  unos hombres que se han gastado la vida entera  protestando y diciendo, desde los tiempos de Gaitán,  "abajo el imperialismo yanqui" que es la forma como ellos  conmemoran, el “día del trabajo”, en mi casa yo recibía la visita de un amigo entrañable, a quien  conocí en París, en aquellos días de  mayo de 1968  cuando  Daniel Cohn-Bendit, o “Danny, el Rojo”, como era apodado  ese estudiante  que arengaba a las masas y se enfrentaba a los antidisturbios “discurseando”  contra el imperialismo yanqui y nosotros  en el Flore, un célebre café del prestigioso barrio parisino de Saint-Germain-des-Près  arremetíamos  contra los soviéticos, a quienes considerábamos    unos “social imperialistas.
Bueno, pero el cuento es que el amigo  vino  para pasar  una temporada de vacaciones en Cartagena y de paso llegó a  Barranquilla,  con el fin  de pasar en esta ciudad que un dia fue un remanso de paz,  un “día del trabajo” tranquilo, lejos de las algarabías que todos los años forman los comunistas y por  eso estábamos allí  hablando en Barranquilla como si estuviéramos en  el Flore, el  célebre café  parisino, donde floreció el existencialismo  y donde nacieron  frases: como “Prohibido prohibir”, “La imaginación al poder”, “Abajo los profesores que rajan a los alumnos” y  “Viva la universidad sin clases ni horarios ni profesores”
Después de un sancocho de sábalo, bien  preparado con leche de coco y trocitos de pollo,  lo llevé en medio de las protestas  que habían en la calle,  donde varios tipos  rechazaban   “los bajos salarios,  la alta facturación de los servicios públicos,  y  hasta  la inclemencia del sol y  el regreso de las lluvias”,  a conocer la nueva Barranquilla, la ciudad que “florece para todos”. El amigo que es un hombre alto, de pelo blanco  y a quien ahora, después de tantos años,  le encuentro  cierto parecido con el  Rey Juan Carlos, de España, aburrido con la algarabía de los facinerosos que protestaban , abrió la ventanilla del carro  miró a los manifestantes y les gritó: ¿Por qué no se callan?
Más tarde, para que el hombre no se llevara tan mala impresión de la ciudad, lo invité a tomar un café en uno de los centros comerciales que hay al norte y allí, donde no habían protestas,  ni gente mal vestida, ni indigentes pidiendo plata para comer, ni  nada que mostrara la situación que se vive en Barranquilla, otros amigos de la “jay lay” lo  trataron con tanta amabilidad que tuvo que tomarse once vasos de whisky en media hora. Al atardecer, todavía medio aturdido por las protestas  que había visto en algunas calles de Barranquilla, nuestro amigo se fue para  Italia, con la impresión de haber vivido una de las peores experiencias de su vida. «Esa gente gritona y “quejosa” es la que se tira a las ciudades», me dijo al despedirse. «Son como una plaga».
En realidad, el amigo quien como ya dije  había venido  para pasar  una temporada de vacaciones en Cartagena y  un día del trabajo tranquilo en Barranquilla, lejos de las algarabías que todos los años forman los comunistas, se lamentaba de haberse encontrado de pronto y sin previo aviso enredado con las mismas  protestas de siempre. «Esos tipos no se cansan de joder» Dijo.
La inconformidad del amigo,  empezó en mi casa cuando la muchacha del servicio, una “morocha” que mide  como dos metros y quien   hace varios años vino   de Montería, Yo la verdad no había pensado en todas esas prestaciones, hasta que la muchacha  con sus preguntas me lo hizo notar. «Es que ahora hay una ley que así lo ordena. Dijo la muchacha como adivinando mis pensamientos  y agregó: «Usted como abogado debe saberlo».
Para mí, el rincón más nostálgico de la ciudad, es  el edificio   donde estuvo hasta hace algunos años, la alcaldía de Barranquilla. Aquella edificación  era  un templo  donde se congregaba la gente de bien a tramitar sus asuntos. Era un lugar tranquilo donde  no se veían borrachos, ni gente gritando  ni  formando guachafitas. Allí  uno se sentaba a conversar en medio de un silencio sepulcral con los secretarios del despacho, que señores  bien vestidos, elegantes y tenían siempre sus mancornas y su corbata,  trabajando como Dios manda, con disciplina. No como ahora, que uno llega al  centro y se topa es con un poco de gente en pantalonetas, en chancletas, sin bañarse, en fin, gente que nos hace preocupar por el  futuro de la ciudad. Mi amigo recordó muy bien el lugar, porque   lo conoció en aquellos tiempos en que “Barranquilla era Barranquilla” y la gente pagaba sus impuestos sin protestar. Nadie se atrevía a criticar las actuaciones de los alcaldes. Lo recordaba, digo, pero no lo reconoció cuando lo llevé, y vio   un lugar lleno de letreros groseros como: « No  al cobro del impuesto predial». Barranquilla,    hoy, es  todo  lo contrario  al remanso de paz   que un día  fue.