EN EL
DIA DEL TRABAJO?
*¿Acaso no hay
nada que celebrar?
Raúl
Mestre
Mientras en la calle unos hombres que se han gastado la vida entera protestando y diciendo, desde los tiempos de
Gaitán, "abajo el imperialismo
yanqui" que es la forma como ellos conmemoran, el “día del trabajo”, en mi casa yo
recibía la visita de un amigo
entrañable, a quien conocí en París, en aquellos días de mayo de 1968
cuando Daniel Cohn-Bendit, o “Danny, el Rojo”,
como era apodado ese estudiante que arengaba a las masas y se enfrentaba a los
antidisturbios “discurseando” contra el
imperialismo yanqui y
nosotros en el Flore, un
célebre café del prestigioso barrio parisino de Saint-Germain-des-Près
arremetíamos contra los
soviéticos, a quienes considerábamos unos “social imperialistas.
Bueno, pero el cuento es que el amigo vino
para pasar una temporada de
vacaciones en Cartagena y de paso llegó a
Barranquilla, con el fin de pasar en esta ciudad que un dia fue un
remanso de paz, un “día del trabajo” tranquilo,
lejos de las algarabías que todos los años forman los comunistas y por eso estábamos allí hablando en Barranquilla como si estuviéramos
en el Flore, el célebre café parisino, donde floreció el
existencialismo y donde nacieron frases: como “Prohibido prohibir”, “La imaginación al poder”, “Abajo los profesores que
rajan a los alumnos” y “Viva la
universidad sin clases ni horarios ni profesores”
Después de un sancocho de
sábalo, bien preparado con leche de coco
y trocitos de pollo, lo llevé en medio de las protestas
que habían en la calle, donde
varios tipos rechazaban “los bajos salarios, la alta facturación de los servicios
públicos, y hasta la inclemencia del sol y el regreso de las lluvias”, a conocer la
nueva Barranquilla, la ciudad que “florece para todos”. El amigo que es un hombre alto, de pelo blanco y a quien ahora, después de tantos años, le encuentro
cierto parecido con el Rey Juan
Carlos, de España, aburrido con la algarabía de los facinerosos que protestaban
, abrió la ventanilla del carro miró a
los manifestantes y les gritó: ¿Por qué no se callan?
Más tarde, para que el hombre no se llevara tan mala impresión de
la ciudad, lo invité a tomar un café en uno de los centros comerciales que hay
al norte y allí, donde no habían protestas,
ni gente mal vestida, ni indigentes pidiendo plata para comer, ni nada que mostrara la situación que se vive en
Barranquilla, otros amigos de la “jay lay” lo
trataron con tanta amabilidad que tuvo que tomarse once vasos de whisky en media hora. Al atardecer, todavía medio aturdido por las
protestas que había visto en algunas
calles de Barranquilla, nuestro amigo se fue para Italia, con la impresión de haber vivido una
de las peores experiencias de su vida. «Esa gente gritona y “quejosa” es la que
se tira a las ciudades», me dijo al despedirse. «Son como una plaga».
En realidad, el amigo
quien como ya dije había venido para pasar
una temporada de vacaciones en Cartagena y un día del trabajo tranquilo en Barranquilla,
lejos de las algarabías que todos los años forman los comunistas, se lamentaba
de haberse encontrado de pronto y sin previo aviso enredado con las mismas protestas de siempre. «Esos tipos no se
cansan de joder» Dijo.
La inconformidad del
amigo, empezó en mi casa cuando la
muchacha del servicio, una “morocha” que mide
como dos metros y quien hace
varios años vino de Montería, Yo la verdad no había pensado en todas
esas prestaciones, hasta que la muchacha
con sus preguntas me lo hizo notar. «Es que ahora hay una ley que así lo
ordena. Dijo la muchacha como adivinando mis pensamientos y agregó: «Usted
como abogado debe saberlo».
Para mí, el rincón más nostálgico de
la ciudad, es el edificio donde estuvo hasta hace algunos años, la
alcaldía de Barranquilla. Aquella edificación
era un templo donde se congregaba la gente de bien a
tramitar sus asuntos. Era un lugar tranquilo donde no se veían borrachos, ni gente gritando ni formando guachafitas. Allí uno se sentaba a conversar en medio de un
silencio sepulcral con los secretarios del despacho, que señores bien vestidos, elegantes y tenían siempre sus
mancornas y su corbata, trabajando como
Dios manda, con disciplina. No como ahora, que uno llega al centro y se topa es con un poco de gente en
pantalonetas, en chancletas, sin bañarse, en fin, gente que nos hace preocupar
por el futuro de la ciudad. Mi amigo
recordó muy bien el lugar, porque lo
conoció en aquellos tiempos en que “Barranquilla era Barranquilla” y la gente
pagaba sus impuestos sin protestar. Nadie se atrevía a criticar las actuaciones
de los alcaldes. Lo recordaba, digo, pero no lo reconoció cuando lo llevé, y
vio un lugar lleno de letreros groseros
como: « No al cobro del impuesto
predial». Barranquilla, hoy, es todo
lo contrario al remanso de
paz que un día fue.